LA REVELACION DEL DIAGNOSTICO

Ricardo David RABINOVICH-BERKMAN 1

" Nunca es triste la verdad. Lo que no tiene, es remedio."
Joan Manuel SERRAT, SINCERAMENTE TUYO

1. PLANTED

¿Existe un derecho subjetivo, en cabeza del paciente, a conocer su própio diagnóstico médico? Siendo capaz de hecho, ¿posee la prerrogativa de exigir del galeno que esa información sea reservada de terceros, inclusive de sus seres queridos, familiares cercanos o personas convivientes ? Comete male praxis el profesional que oculta al enfermo su estado real, o que lo comunica a otros, o ambas cosas? ¿Cómo funciona el secreto profesional en este contexto?

La respuesta a estas preguntas (o, por lo menos, su análisis), es muy importante, sobre todo en marcos como el de la Argentina, donde aparece una inveterada tradicíon en el sentido de mentir al enfermo grave o terminal, inventándole dolencias menores, al tiempo que la verdad se vierte, por detras, a sus familiares. Creo que en este, como en tantos otros temas vinculados con los aspectos jurídicos más esenciales de la persona humana, es menester, como con pasión lo sostiene el gran civilista peruano FERNANDEZ SESSAREG0 2 , comenzar por bucear en las raíces filossóficas. Hagámoslo, siquiera brevemente 3.


2. EL TIEMPO EXISTENCIAL

" Porque el tiempo es una rueda,
Y rueda es eternidá;
Y si el hombre to divide
Sólo lo hace, en mi sentir,
Por saber to que há vivido
O le resta que vivir"
4.

Así respondía el gaucho Martín FIERRO, en la obra más clásica de la literatura argentina, con. profunda y sencilla sabiduría, a la pregunta sobre la esencia del tiempo. Como buen gaucho, hombre de acción más que de relojes, recurre al sentido existencial del tiempo, esse que vincula inexorablemente tiempo y vida.

Todo paciente que es examinado, o cuyos análisis o estudios son interpretados por un medico, inmediatamente suele preguntar su diagnóstico. Tal como esa es su actitud normal, esperable, lo es, por parte del medico, la de responderle con una explicación de su estado actual de salud, sus perspectivas, y los tratamientos del caso.

Sin embargo, la normalidad no es tan clara cuando lo que se ha diagnosticado es una enfermedad grave, o deformante, o degenerativa, o terminal. Hay quienes sostienen que en esos casos no debe decirse al paciente la verdad, pues se le arruina su último segmento de vida. A veces se agrega que la revelación puede afectar de modo abrumador el corazón o los nervios del sujeto, acercándolo a la muerte. Otros aducen que la verdad, por cruel que resulte, debe ser comunicada, si bien com todos Ios recaudos ( intervención de psicólogos, adecuación del lenguaje, etc.) destinados a minimizar su efecto.

El primer criterio generalmente conduce a una puesta en escena, dirigida por aquellas mismas personas en que el enfermo más confia ( su cónyuge, sus familiares cercanos, sus amigos íntimos), destinada a engañarlo, a hacerle creer que los síntomas que percibe responden a otras causas, que se repondrá, que volverá a sus actividades corrientes. Los pacientes terminales suelen aferrarse con tesón increíble a esas farsas, aun cuando resulta obvio su deterioro progresivo. La idea es que finalmente muera, sin haber sabido nunca que se estaba muriendo (creyendo que aún le sobra el tiempo, diría Martín FIERRO). Por otra parte, efectivamente existen ejemplos reales de personas de apariencia fuerte que, al enterarse fehacientemente que padecen una dolencia terminal, sufren fallas cardíacas fatales, o se sumergen en insondables simas depresivas.

El humano, ser que se auto-construye, elabora proyectos para su futuro. Ese futuro se mide con su tiempo. Al proyectar, el existente prioriza fines, que vislumbra como situaciones futuras posibles. Esos fines requieren, a juicio del sujeito, conductas determinadas. Esas conductas son las que, de hecho, se priorizan, frente a otras conductas alternativas factibles. El existir importa un querer llegar a ser, que a su vez necessita un obrar, y ese obrar sólo puede darse en un tiempo.

La priorización de conductas en el tiempo es un imperativo resultante de la finitud de la vida biológica (y, por tanto, de la existencia) y la consecuente escasez del tiempo. "Ser inmortal es baladí; menos el hombre, todas las criaturas lo son, pues ignoran la muerte; lo divino, lo terrible, lo incomprensible, es saberse inmortal", hacia decir a uno de sus personajes el gran BORGES .
Las conductas son un hacer en el tiempo. Ese hacer usa nuestro tiempo, to gasta. Un mismo espacio de tiempo no tiene cabida para muchas conductas simultáneas. Normalmente, ni para más de una. Y las conductas sicesivas podrían ( hipotéticamente) ser tantas como tiempo se tenga para concretarlas. Siempre el proyectar o proyectar?se es un proyectar en el tiempo y sobre el tiempo. El tiempo es un presupuesto del proyecto. Pero no el tiempo físico, no el tiempo intervalo entre situaciones o hechos: el tiempo como tiempo própio, como duración del existir. El capital más precioso de cualqueier existente: como diría el gaucho FIERRO, el tiempo "que le resta que vivir"

Pero la enorme mayoría de los humanos no saben cuánto es ese tiempo "que les resta". Sólo pueden basarse en estadísticas, en la propia experiencia sobre la duración normal de la vida, y calcular que morirán en la vejez. Sobre esa expectativa es que priorizan unos proyectos sobre otros, y en consecuencia las respectivas conductas.

3. LA HORA DE LA VERDAD

Una enfermedad terminal, si es conocida, altera ese esquema de prioridades, porque introduce un cambio en el sustrato temporal del proyecto. La variable tiempo deja de ser totalmente incierta, para quedar acotada en uno de sus extremos. Al ver reducido su tiempo existencial, el sujeto también observa cercenada su expectativa de realizar conductas, y consecuentemente de concretar fines. Se verá, pues, obligado a replantaer su proyecto, re?evaluando y re? priorizando objetivos, y conductas tendientes a lograrlos. He aquí un sujeto que trabaja duro y ahorra la mitad de sus ingresos, pensando en retirarse algún día y viajar. Le detectan un cáncer terminal. Según todas las previsiones, quedará postrado en un par de meses. Su ahorro a largo plazo ahora carece de sentido. Su suenõ era viajar. Tal vez, entonces, prefiera vender todo lo que tiene, y salir ya mismo de viaje. Claro que, si por piedad le ocultan el diagnóstico, ha de pasarse esos dos precios meses finales trabajando para ahorrar.

Como todos los problemas existenciales, éste nos golpea duro. La propia muerte está presente en todo proyecto existencial, pero de un modo vago. Es un sobreentendido, visceral y remoto al mismo tiempo. En cambio, el diagnóstico terminal la torna concreta, le pone fecha. Nadie puede prever cómo reaccionaría en esa situación. Sobre todo si es joven, pues en los ancianos la conciencia de la finitud existencial va volviéndose cada vez menos abstracta. Un sujeto normal, ¿ seguiría com su vida y sus planes, si supiera con certeza que habría de morir en semanas ? ¿O habría personas con las que hablar, lugares que conocer, cosas que hacer, libros para leer? O tal vez satisfacer íntimas convicciones religiosas. O poner los bienes en orden. O tender una mano para poner fin a una pelea. O decirle a alguien cuánto lo quiere. O escribir. O, simplemente, sentarse a pensar. O a contemplar la maravilla del atardecer.

Desde este punto de vista, el danõ que se.le hace al enfermo terminal ocultándole eI diagnóstico es enorme. Se privilegia su consideración como animal biológimacamente vivo, antes que como humano existente. El engaño lo priva de la posibilidad de re?proyectar-se, sobre la base de su nuevo límite de tiempo, de intentar cerrar su construcción de sí mismo, de rubricarla.

Y existe outro argumento, de índole muy diversa. Es bien sabido que numerosos enfermos con diagnóstico letal luchan contra su enfermedad y la vencen. A veces Ia derrotan del todo, otras le arrancan insólitas prórrogas. Algunos recurren a Ia Medicina. Otros a Ia fe. Pero, ¿es posible combatir contra algo cuya existencia misma se desconoce? También esa batalla debe formar parte de un proyecto (muy esencial, sin duda). Y, ¿cómo proyectar una lid sin saber quién es y dónde está el enemigo, cómo es de poderoso? Si se le esconde al enfermo terminal la verdad, en aras de hacerle más dulces sus últimos meses se lo priva de la posibilidad de combatir. Sin quererlo, se monta una conjura en favor de la dolencia. Y el jefe de los conjurados es el médico.

Una via para escapar de tan espinoso sendero es aducir que cada caso debe resolverse en particular, según sus circunstancias. Pero sólo desvestimos a un santo para vestir a otro. Pues, ¿quién ha de resolver? ¿ EI medico? ¿Los parientes? ¿ El cónyuge? ¿ Quién ha de tener (y en virtud de qué normas inexistentes) el poder supremo de cercenar la posibilidad de un semejante de re?proyectar?se y de luchar por su vida? ¿Quién podría tener (o alegar siquiera) un interés mayor en la realización exiastencial del enfermo, que éste mismo?

4. CONCLUSIONES

Por todas estas razones, creo que en un ordenamiento jurídico respetuoso de los individuos y de sus derechos básicos, debe reconocerse insita la facultad de todo enfermo capaz ( diría, en el caso argentino, por coherencia con otras areas, mayor de 18 anõs) a conocer su diagnóstico, sea éste cual sea. Es decir, que el medico está obligado a dárselo, inclusive aunque el paciente no se lo pregunte. La omisión genera siempre de por sí un enorme daño moral , al afectar seriamente el derecho personalísimo del sujeto sobre su própio proyecto existencial, al impedirle re?plantearlo. De ese perjuicio, así como del material, si existiera, es responsable el galeno.

Los sobres conteniendo análisis y estudios relativos al enfermo, o interconsultas, no deben estar dirigidos al medico, sino al própio interessado. Es inconcebible que el sujeto deba incurrir en una suerte de violación de correspondencia ajena (con la carga emotiva extra que ello implica) para enterarse acerca de su misma salud y futuro. El cuadro pintoresco de nuestras abuelas abriendo los sobres al vapor de una pava, para volverlos a cerrar cuidadosamente después (no sea que el medico se enoje) corresponde a un tiempo pretérito y afortunadamente superado. Aún cuando los laboratorios o similares pongan en el sobre el nombre del galeno, debe entenderse que se trata de material del enfermo, dirigido exclusivamente a él.

El diagnóstico de los sujetos mayores de edad (o de 18 anõs) no dementes ni sordomudos que no puedan darse a entender por escrito, debe serles confiado diretamente a ellos por el o los médicos, en absoluta privacidad y reserva. No a otra persona. No a sus parientes, ni a su cónyuge, ni a sus amigos. El diagnóstico es un dato personal, y como tal su manejo y administración debe quedar en manos exclusivas de su titular, que es el enfermo. El será quien resuelva a quién revelarlo, y a quiénes no. Suyo es el derecho de mentir ( que pocas veces aparece tan claro como en este penoso supuesto). No de los otros.

De hecho, existe en los países de tradición más germánica ( especialmente en lnglaterra y sus secuelas) una mayor comprensión de estas circunstancias. La línea de la puesta en escena piadosa y bien intencionada es más común en los galenos el mundo latino. Tal vez ello se deba a los rígidos principios jurídicos sobre responsabilidad médica que caracterizan a aquellas latitudes. Quizás a una diferente forma de encarar el respeto del existente individual. O a motivaciones de ‘índole religiosa, derivadas de los criterios protestantes, en lo inherente a la consideración de las dos vidas, la biológica finita y la espiritual eterna.

Digamos por fin, para concluir esta bravísima nota, que sea cual sea la causa de esta diversidad, la cultura de la verdad dolorosa ha derivado en el desarrollo de plausibles disciplinas accesorias de la Medicina, fundadas en las enseñanzas de la Psicología y de la Psiquiatría especializada, y destinadas a ayudar al enfermo terminal a asumir sus difíciles circunstancias, y en base a ellas re?proyectar su existencia.


1 Profesor de Derecho Civil ( Parte General) e Historia del Derecho, en la Universidad de Buenos Aires Y en la Universidad del Salvador ( Bs. As., Argentina), autor del proyerto de la Ley de Trasplantes de Organos argentine.

2 FERNANDEZ SESSAREGO, Carlos, PROTECCIÓN JURIDICA DE LA PERSONA, Lima, Universidad, 1992, pp15 –17

3 He tratado ya antes este apasionante tema en RABINOVICH, Ricardo David, ACERCA DE PROBLEMATICA FILOSOFICA DEL DERECHO AL DIAGNOSTICO, en ANALES DE FILOSOFIA JURIDICA Y SOCIAL (Compilación de Cornunícaciones, VIII ]ORNADAS ARGENTINAS DE FILOSOFIA JURIDICA Y SOCIAL, Tucumán. AAFD,1993 PPl –10

4 HERNANDEZ José, MARTÍN FIERRO, Barcelona, Bruguera, 1984, p344.

5 BORGES, jorges Luis, EL INMORTAL, en NUEVA ANTOLOGIA PERSONAL, Bs. As., Emecé, 1969, pl66